lunes, 13 de diciembre de 2010

Tres noches


I.-

Amor, quizás, que teme verte sola

sin protagonizar ni el onanismo

en que el cobarde corazón se inmola

al borde del callado cataclismo.


Amor, que ese cobarde soy yo mismo

confieso sin empacho ni despecho,

desnudo que estoy ya hasta de mi autismo,

alerta sobre el desolado lecho.


Sola no quedarás, ni por derecho

ni por imposiciones anormales,

amor, jamás, pues medras en mi pecho.


Cuando se colme el colmo de mis males

y el placer muera como muere el susto,

no yacerás en lecho de Procusto.



II.-

Cerca de la locura y del pecado,

en la antípoda de lo indiferente,

persigue el rimador incompetente

su amor --tu amor-- de irremediable grado.


Es ya la calle gris risueño prado,

burlando las distancias insolente,

para que cruce, en medio de la gente,

un corazón a amores condenado.


Oxidada de la popa a la quilla,

la nave es el rencor y es otra cosa

que no resiste tanta maravilla:


De la aridez a la pasión jugosa,

calor y frío, milímetro y milla,

cabe su espina, quedará la rosa.



III.-

Quisiera asimilar lo que dijiste

para saber si daré tregua al llanto,

si he de morirme, ya marchito y triste,

o si me espera aún mayor espanto.


También quisiera preservar el canto,

evitar que se trueque en mal remedo

de la profunda tristeza. Y, por tanto,

ante el arúspice calle el aedo.


Silencio. Bien. Sea calma, y no miedo,

lo que preceda al triunfo y a la ruina,

a la fácil molicie y al denuedo.


Tranquilidad, tranquilidad divina,

pues que la tempestad es transitoria,

previa a la apoteosis y a la gloria.





12 de diciembre de 2010.

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